jueves, 3 de marzo de 2016

Retazos de una Vision

Ella sabía que tenía que seguir luchando, yo tenía claro que esta batalla ya la habíamos perdido. Las cosas sucedían a gran velocidad, ni siquiera el ojo humano podía dar a basto, al final solo había dos opciones: vivir o morir.


Su flequillo azul ondeaba al viento acompañado de una melena oscura que lo hacía resaltar un poco más. No sabía su nombre, nunca lo había sabido, y seguramente nunca lo sabría. Pero siempre estuvo en mi vida, las casualidades la habían llevado por un camino muy similar al mío, aunque seguramente, con menos rosas y más espinas. Cada vez que pensaba en ella podía apreciar el aroma a frutas que emergía de su cuello. Se podría decir que cuando pensaba en su flequillo azul, la vida me sabía a macedonia.



Salamanca nunca había sido la mejor ciudad para trabajar, pero eso no quitaba el que fuera una ciudad hermosa. El ambiente era juvenil por la gran tasa de estudiantes que había, con un poco de imaginación podía imaginar la pequeña ciudad como una residencia enteramente para universitarios. Ella estaba tan encantada como yo, pero sentía que los puentes que cruzaban el río Tormes estaban derribados y no podía salir jamás de allí.



Yo había conseguido avanzar entre espadazo y espadazo, había conseguido derribar varios enemigos por el camino y perder algún que otro aliado. Ella en cambio luchaba por mantenerlo todo, avanzaba a paso lento pero con un gran peso a su espalda. Su ballesta disparaba allí donde la vida amenazaba con defraudarla. Había luchado por estudiar, por aprender más idiomas, o por ser la mujer que alguna vez quisieron, pero había algo en ella que no la hacía sentir cómoda. Era como si alguna de las frutas de su perfume no estuviera en concordancia con el resto.


Cabalgó lejos de la ciudad por un tiempo limitado. Disfrutó de la vida en el país del sol y los kimonos, pero tuvo que volver, pues su obligación la traía de vueltas a la ciudad que, no solo la había visto crecer, si no que prometía querer atarla para siempre.



Sin darme cuenta yo ya me había abierto paso entre enemigos de diferentes clases, la había dejado muy atrás, con infinidad de monstruos y solo armada con una ballesta y unas pocas flechas. Yo tenía claro que cuanto más avanzara más heridas tendría, ella sabía que la forma en la que efectuaba sus movimientos la llevarían impoluta a la victoria.


Proyectiles volaban de un lado a otro, los golpes de maza y espada hacían estallar el cielo en sufrimiento, y los enemigos parecían ser infinitos. Según pasaba el tiempo mi visión se iba nublando, el cansancio se hacía efectivo y la vida se iba convirtiendo en un mero recuerdo. Ella tenía un gran poder, un don que había descansado durante mucho tiempo en su interior y que ahora le ayudaba a avanzar, el fuego crecía allí donde sus enemigos amenazaban con acabar con ella. Las llamas calcinaban todo aquello que prometía querer interponerse en su camino, había llegado el momento de brillar, de hacerlo una vez por todas, aunque fuera envuelta entre llamas.


Y frente al papel imagino la vida como una gran batalla. Donde ella, la chica del flequillo azul, yo y miles de personas luchan por avanzar hasta el castillo, hasta el lugar donde se podrán sentirse plenos. Y sé, hoy por hoy, que nuestro castillo se encuentra lejos, ni siquiera lo veo, pero eso no me detiene a la hora de seguir luchando. Sé que ella está lejos, y que quizá nuestros caminos no se crucen, pero sé que está ahí, luchando a tiro de ballesta y magia ígnea.

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